Cada vez falta menos para las elecciones autonómicas y locales, y como el Gobierno pasa de ocuparse de nuestros problemas para centrarse en sobrevivir a los suyos, ya está en modo “Campaña”. Vamos, que se ha abierto la veda a todo tipo de mensajes ideológicos… ¡Una verdadera orgía de fantasías…, de utopías! ¡Así que, como hoy me siento inspirado, yo voy a aportar mi propia utopía!

Veamos…, Johann Christoph Friedrich Schiller dijo una vez que los votos no deberían contarse, que deberían pesarse. Y es que este Schiller era todo un personaje que con igual contundencia y seguridad se preguntaba ¿Qué era la mayoría?, para contestarse sin titubeos que era un absurdo, puesto que la inteligencia ha sido siempre cosa de pocos y, por su parte, Rousseau, en el preámbulo de "El Contrato Social", afirmaba que le bastaba el derecho que tenía a votar para imponerse a sí mismo el deber de enterarse de los asuntos sobre los que iba a votar. Claro que hoy día, los chavales se informan a través de INTERNET, como en el Siglo XII se informaban en los púlpitos de las iglesias, vamos, ¡Cuestión de fe! ¡Nada de raciocinio!

En democracia, cada poco tiempo se cuestiona si se debería incentivar institucionalmente a los ciudadanos para que acudan a votar. Algunos países, no sólo incentivan, sino que obligan, sancionando económicamente a quien no lo haga justificadamente. (Lo que no incentiva en forma alguna es el puñetero "buzoneo"; coste innecesario que no pagan los políticos, sino nosotros, los ciudadanos, como si no fuésemos capaces de entrar en una cabina y coger la papeleta que nos dé la gana).

Llegados a este punto, y dado que carezco del sentido del ridículo, doy rienda suelta a mi creatividad divergente y elucubro sobre cuál sería una buena forma de hacer concurrir a Schiller y Rousseau a la hora de elegir en unas elecciones.

Como Schiller, pienso que la mayoría nunca elegirá lo mejor, pues por simple significación estadística, la mayoría es mediocre, y la información que maneja para su toma de decisiones, encima, es mínima, fragmentada y mediatizada.  ¿Procedemos, pues, como sugiere Schiller a pesar los votos, en vez de contarlos? ¡Pues no sería tan mala idea! Veamos.

Mi tía María Luisa tenía 97 años y apenas si sabía leer. Era falangista porque, según contaba, durante la Guerra Civil, los "rojos" quisieron matar a mi abuelo. Del resto de circunstancias actuales, programas políticos, paro, salarios, coyuntura nacional e internacional, no entiendía ni "papa", luego… ¿Debe contar el voto de personas como ella lo mismo que el de un ciudadano informado, en el paro o con un salario de subsistencia, con carrera universitaria y comprometido con posturas políticas, sean cuales sean éstas?

La Democracia dice que sí, pero la Democracia la heredamos de los griegos que ni por asomo aplicaban eso de que todos los votos eran iguales. Sólo votaban ciudadanos cuya valía era reconocida en el ágora por sus iguales. Pero estamos en el Siglo XXI y ahora todos tenemos los mismos derechos, lo que, en absoluto, quiere decir que seamos iguales, luego, entonces, ¿Qué hacer?

Pues yo considero que lo suyo sería imponer a la Mayoría lo que Rousseau se imponía a sí mismo voluntariamente... ¡La obligación de enterarse de la cosa pública! Juntemos todo esto y cambiemos la Ley. Impongamos a los ciudadanos la obligación legal de votar (Como en muchos países), aunque sea en blanco o marcando una casilla que diga "no voto" u otra que diga "me abstengo"; para cubrir todas las posibles opciones que un ciudadano puede adoptar.

Hagamos obligatorio aprobar un examen de historia reciente de España y acerca de las cuestiones a votar, como sus conocimientos de los programas electorales, situación del país, principales opciones y cambios posibles, etc. Hoy día, eso no es tan complicado… Un examen tipo test, en la aplicación informática de voto online, cuyo aprobado sea necesario para pasar a la ventana de voto.

 Con arreglo a la calificación que obtenga de ese examen, establezcamos un «índice corrector» que pondere el «peso» de cada voto.  Quien no apruebe el examen (No cumpla con la obligación de enterarse de la "cosa pública"), no podrá ejercer su derecho al voto y como no habrá votado, habrá incumplido la obligación legal de votar y se le impondrá una sanción administrativa, por ejemplo, de servicios a la comunidad.

Con esta fórmula eliminaríamos gran parte de las distorsiones que provocan la abstención, la ignorancia, la desidia y el conformismo… ¡Se eliminaría lo peor de la mediocridad de la Mayoría!

Vamos, que con la nota del examen para votar podría establecerse un "peso objetivo" para cada voto, como sugería Schiller; acortaríamos la distancia entre la ignorancia de la mayoría y la sabiduría de los pocos, que aquél repetía, e impondríamos a los ciudadanos la obligación de enterarse de la "cosa pública" como pedía Rousseau… ¡No me digan que la solución no es seductora!

Como imagino que siguen tomándoselo a chufla, les propongo que piensen en esto..., Cada cierto tiempo tenemos que pasar unas pruebas para renovar el carné de conducir, y ello para algo que a lo sumo afectaría a unas pocas personas en un caso de accidente. Las vidas de esas personas lo justifican y yo estoy de acuerdo.

Pero es que las malas elecciones en unos comicios también cuestan vidas y muchas más, ¡O si no, que se lo pregunten a los ancianos de las residencias, de las que ostentosamente se hizo cargo el “Macho Alfa” durante la Pandemia, o los enfermos de cirrosis hepática o a los de la talidomida, o a los que mueren esperando una ambulancia porque los recortes las han reducido, o a quienes tenemos hijos en un sistema educativo totalmente ideologizado y que está considerado el segundo por la cola de toda Europa, por los recortes en Educación!

Y en cuanto a lo de sancionar por no aprobar… Bueno… Yo opino que si se le puede sancionar a uno por tirar basura en la calle, también se le debería sancionar por tirar la soberanía de su voto a la mierda… Seguro que piensa que esto es una utopía, como la del famoso libro de Tomás Moro, que daba ese nombre a una isla imaginaria tan perfecta como inexistente.

Pero, aunque Utopía fue la primera obra con ese nombre, no fue la primera que retrataba un lugar utópico. Otras dos obras la precedieron… El Génesis de la Biblia, con su descripción del Edén, y La República, de Platón, donde describe una sociedad perfecta, gobernada por reyes filósofos, jueces justos y ciudadanos formados.

Así, pues, tras el Génesis de la Biblia, la República de Platón y la Utopía de Tomás Moro, yo propongo la Cuarta Utopía…La del voto informado y pesado, y si piensan que, como toda utopía, por propia definición, no puede existir, haciendo honor a otro grande del ingenio humano, Thomas Alba Edison, ¡Ruego a aquellos que crean que esto es imposible, que al menos no molesten a quienes lo estamos intentando!

 (Modificación jocosa del artículo original publicado en 2018)

Comentarios recientes

30.10 | 09:14

Magnífico relato.

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