¡Está de moda! Ha llegado Pedro Sánchez, con su planta de tipo guapo donde los haya, listo como él solo, progresista y moderno y ha descubierto la cuadratura del círculo.

¿Cómo es posible que España haya podido sobrevivir 2400 años sin esta maravilla de hombre?

La España que se derrumba ha de ser apuntalada con unos puntales que no den la razón ni al Partido Popular, porque al enemigo ni agua, ni contenten a los independentistas catalanes, porque el personal no aguataría tanto. Así que descubre el mear de pie y dice que España es una nación de naciones.

Yo sé qué puede representar ese término, pero el señor Sánchez no tiene ni idea. Cuando Patxi López le preguntó en el debate por la Secretaría General del PSOE sobre qué era eso de una nación, salió con una descripción falsa, inexistente, salvo en el imaginario catalanista y como no tiene ni zorra idea, soltó lo único que ha oído sobre el tema, es decir, lo que dicen los independentistas catalanes… Sánchez salió como pudo del aprieto diciendo: “Claro que sí: es un sentimiento que tienen muchísimos ciudadanos en Cataluña y en el País Vasco y que tiene que ver con su lengua, su cultura…”. ¡Menuda lección magistral.

Si nos vamos al diccionario, el término Nación, que viene del latín nātio, que significa “nacer”, tiene dos acepciones:

la primera como el conjunto de personas de un mismo origen étnico que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos, etc., tienen conciencia de pertenecer a un mismo pueblo o comunidad, y generalmente hablan el mismo idioma y comparten un territorio. Y ponen como ejemplos "la nación judía”, o “la nación india"

Y la segunda como la Comunidad social con una organización política común y un territorio y órganos de gobierno propios, que es soberana e independiente políticamente de otras comunidades; es decir, los Estados-Nación.

 Hubieron de acontecer muchísimas calamidades, guerras y otras vicisitudes para que llegara a establecerse un primer Estado-Nación a la manera de esa segunda acepción. Tan solo el nombre que recibieron algunas de estas guerras (Guerra de los Cien años, de los Ochenta años, Guerra de los Treinta Años), espeluzna.

Dos tratados firmados en Westfalia en 1648, pusieron fin a la Guerra de los Treinta Años en Alemania y a la Guerra de los Ochenta años entre España y los Países Bajos. Es lo que se conoce como La Paz de Westfalia y con tan sólo lo que representa el fin de dos contiendas de tal envergadura, da idea de lo enmarañado y a la vez importante que fue este hito histórico, su complejidad, las personas que hubieron de intervenir, su número y su relevancia.

La Paz de Westfalia fue el primer congreso diplomático moderno e inició un nuevo orden en Europa en el que nació el concepto de "Soberanía Nacional", estableciendo el principio de que la integridad territorial es el fundamento de la existencia de los Estados, frente a la concepción feudal de que territorios, pueblos y religiones constituían un patrimonio hereditario.

La Paz de Westfalia y el concepto de Estado-Nación relegaron la otra acepción de “nación” a algo meramente cultural que indica que sus integrantes tienen conciencia de que forman parte de un cuerpo étnico-político distinto a otros, ya que allí se comparten, entre otros rasgos, la (etnia, la lengua, la religión, la tradición o la historia común).

La Paz de Westfalia modificó las bases del Derecho Internacional, estableció el principio de soberanía territorial, el principio de no injerencia en asuntos internos y el trato de igualdad entre los Estados independientemente de su tamaño o fuerza y definió el Estado-Nación.

El Estado–Nación puede organizarse de varias formas; desde el centralismo más acusado, pasando por la Federación de Estados, las confederaciones, o nuestras propias Comunidades Autónomas, entre otras formas; siempre y cuando conformen un único Estado. Todas las formas anteriores valen, pero todas han de alcanzar una serie de atributos propios de un concepto llamado “Estatidad” que los Estados van adquiriendo con el paso del tiempo, cuyas características son: Capacidad de externalizar su poder, capacidad de institucionalizar su autoridad mediante la creación de organismos de coerción como Fuerzas Armadas, Policías, Tribunales, escuelas, etc., capacidad de controlarlas diferenciadamente con un conjunto de instituciones profesionales y específicas, en especial las dedicadas a la recaudación de impuestos y sobre todo, el reconocimiento de otros Estados de la Comunidad Internacional.

Y a todo lo anterior, hay que añadir, lo más sustancial e imprescindible; es decir: El Territorio, la Población y la Soberanía. Territorio: como límite geográfico que alcanza a mares, ríos, lagos, espacios aéreos, etc., claramente delimitado y como factor que lo distingue de Nación. Población: como sociedad sobre la que se ejerce el poder de las instituciones del Estado. Y Soberanía: que referida al Estado, es la facultad de ser reconocido como la institución de mayor prestigio y poder dentro de un territorio determinado. Y en el ámbito externo o internacional, limitada por el Derecho Internacional, los organismos internacionales y el reconocimiento de los demás Estados.

En definitiva, el vocablo Nación, (separado del concepto Estado-Nación) es un término abstracto que en sentido lato se emplea con muchos y variados significados: Estado,  país, territorio, etnia, pueblo, habitantes, etcétera. Hay Estados que consideran que están formados por una sola nación, (Ej.: Francia). Otros, han surgido de una idea romántica, casi mitológica, tras un proceso de reunificación, como Italia o Alemania. Hay Estados con múltiples idiomas, religiones o grupos étnicos dentro de ellos, como Bélgica o Suiza, Estados Unidos o Reino Unido, constituido por cuatro naciones, Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales, todas con una gran conciencia nacional, que no impide que predomine el sentido de lo "british".

Y por el contrario, hay naciones sin Estado o que directamente se extienden a lo largo y ancho de varios Estados; como la Nación India (en EE. UU.), la Nación Gitana, la Nación Kurda y, hasta la creación del Estado de Israel, la Nación Judía.

Pero, de todo ello ¿Qué puede ser aplicado a Cataluña? Desde luego, no la etnia. Ni la religión. La lengua es compartida con otras comunidades autónomas y dentro de la propia Cataluña, más de la mitad de catalanes de nacimiento son castellanoparlantes, aunque los catalanistas lo nieguen y durante treinta años hayan usurpado los centros de educación y las instituciones para forzar el uso del catalán. Su tradición no es tan distinta de la de otras regiones… Ellos bailan la sardana y los de Aragón, la jota. Y, finalmente, su historia es tan en común con el resto de España, que hasta el Conde de  Barcelona es el Rey de España y el término "Generalitat" tiene su origen en un impuesto que los catalanes pagaban al "General" del Rey de Aragón, (De ahí que les llamaran "generalitats").

¿De verdad, alguien en sus cabales se atreve a comparar el ser catalán con la etnia gitana, la nación india, el pueblo kurdo o el pueblo judío?

El Señor Sánchez demostró una ignorancia supina sobre el tema y lo único que dejó claro es que es un “pelota” dispuesto a “hablar catalán en la intimidad” con tal de contar con los apoyos de los catalanistas.

Así, pues, sentir que se es una nación por poseer una cultura peculiar o ser de una etnia, no es una característica que defina en sí el derecho a constituirse en Estado. Ese es un proceso lento, largo y doloroso, cuya evolución se puede rastrear desde la "República" platónica o la "Politeia" de Aristóteles, hasta su maduración en 1789 con la Revolución Francesa.

De lo anterior, con todo el respeto para los catalanes, su cultura, sus peculiaridades y demás, se desprende que Cataluña y los catalanes no son ninguna nación, por mucho que cuatro ingenuos accedieran a ponerlo así en la Constitución. ¡Un intento de armonizar y calmar a exaltados no legitima lo ilegitimable!

Y Aunque pudieran ser considerados una nación, como la Nación India, la Nación Gitana o la Nación Judía, eso no les confiere ningún derecho sobre un territorio, por mucho que lo ocupen mayoritariamente. Yo soy de Murcia, pero Murcia no es mía.

A estas alturas del S.XXI, sobre todo los nacionalistas, que son gentes que han estudiado a fondo estos temas, no son más que hipócritas que quieren robarme un trozo de territorio que todos los españoles disfrutamos en "USUFRUCTO". Si revisan las condiciones de "Estatidad" que he puesto arriba, verán porqué insisten tanto en lo de la Hacienda Pública, su Sanidad, su Ejército y su Territorio… Sólo que no tienen ningún Territorio, no son una nación y el único "Hecho ¨Diferencial" que tienen es el de ser unos hipócritas que malversan los caudales públicos puestos a su disposición por el Estado Nación España y sus ciudadanos españoles residentes en Cataluña, para gestionar las necesidades de estos españoles que residen en su territorio. Catalanes españoles o de otros territorios del Estado Nación que es España.

La mayoría de fuerzas políticas que actualmente insisten en llamarse progresistas (sobre todo, la izquierda española), tienen una especie de fijación en recuperar un statu quo similar al de la República, antes de la Guerra Civil; es decir, como el Franquismo y la Dictadura fueron malísimos, lo que hubo antes era mejor y hay que recuperarlo. Que la Transición perpetuó el Franquismo y que nunca se acabó de transitar hacia una verdadera democracia; que la Monarquía no es válida en una  democracia y que el Estado de las Autonomías no satisface el verdadero espíritu democrático que encarna el federalismo.

Esa idea se ve reforzada al esgrimirla como palanca de freno al soberanismo independentista de catalanistas y abertzales, en la línea de que con un Estado Federal, se les quita de las manos su arma favorita de la queja perpetua de falta de autogobierno y de restrictiva dependencia del Gobierno Central. Es decir; constituida España en Estado Federal, Cataluña y País Vasco, pasan a ser “Estados”; federados, pero Estados. Y lo que es peor: ¡Café para todos! Aquello de que como Cataluña o País Vasco tienen aquello y aquello otro, las demás comunidades autónomas, también lo quieren.

Y en toda esta matraca insustancial, viciada y de ignorancia supina de unos e hipocresía crapulosa de otros, nos olvidamos del hecho real de que no existen razones objetivas reales que obliguen a nadie a conceder a catalanistas y abertzales unos supuestos derechos que ni han tenido, ni merecen; y que serían injustos con el resto de españoles.

Y en esta tesitura es donde yo comienzo a hacer unas sencillas reflexiones sobre el tema del Federalismo en España y que me gustaría que los demás defensores de esta moda hicieran conmigo, antes de apuntarse al «puenting»:

UNO: Para constituir una Federación, primero deben existir estados independientes que decidan federarse.

DOS: Habitualmente, los estados, antes de federarse, suelen unirse por medio de tratados menos restrictivos, como son las confederaciones. Es el caso de la Unión Europea, en la que los Estados Miembro conservan un alto grado de soberanía nacional y limitan su unión a determinados acuerdos comunes que progresivamente van ampliándose hasta que las circunstancias permiten la federación.

Y TRES: En España nunca han preexistido esos Estados Independientes, como insisten en defender los nacionalistas catalanes y vascos… ¡Jamás! Digan lo que digan; lo cual suelen hacer con ridículas mitologías de opereta que despiertan vergüenza ajena, apoyadas en dos sucesos aparentemente anodinos

Primer suceso: Hasta época muy reciente, (1883. Hace solo unos 180 años), las Regiones no existían. Tras la muerte de Fernando VII, Francisco Cea Bermúdez trató de llegar a un acuerdo con los “carlistas” sin perder el apoyo de los liberales; misión imposible que dio al traste con su gobierno en apenas tres meses.

En esos tres meses, un fugaz y anodino Secretario de Estado de Fomento, Javier de Burgos, por su cuenta y riesgo, sin contar con nadie y sin la oposición de un gobierno que se desintegraba, tuvo la ocurrencia, porque le pareció simplemente una organización elegante, agrupar las provincias en Entes mayores a los que llamó “regiones”; instituyéndose de forma tan arbitraria, personal, innecesaria y carente de cualquier respaldo político, democrático o tan si quiera institucional, un nuevo nivel territorial, si bien en ese momento, la Región carecía de atribuciones administrativas.

Segundo suceso: En 1911, el entonces Presidente de la Diputación de Barcelona, Enric Prat de la Riva y Françes Cambó, máximos dirigentes de la Lliga Regionalista, decidieron impulsar una vieja reivindicación catalana encabezaron un movimiento que llevó a las cuatro Diputaciones catalanas a aprobar unas bases para formar una única diputación catalana mancomunada, integrada por todos los diputados provinciales y que asumiría la administración de las cuatro provincias con atribuciones y fines puramente supletorios de las funciones de una Diputación Provincial monda y lironda..

Si bien las diputaciones catalanas cedieron a la Mancomunidad todas sus competencias, el Estado no cedió ninguna otra prerrogativa que no estuviera contenida ya en una Diputación Provincial. Y, sin embargo, de ese simple retorcimiento de una Administración del Estado Español, como era la Diputación Provincial, sin ninguna potestad legislativa, ha surgido la supuesta necesidad de los legisladores, primero de la II República y luego de los Padres de la actual Constitución de creerse en la obligación de legitimar lo ilegitimable, sin ningún hecho histórico que refrende semejante necesidad, pues nunca ha existido un Estado Nación Catalán, diferente al Estado Nación España, que pueda pretender federarse en régimen de igualdad.

Y con esos mimbres, hoy, los ignorantes de la historia y los profesionales de la política, cuyo medio de vida se encuentra en polemizar, filosofar, discutir y no resolver nada, se dejan llevar por la moda del cambiar por cambiar, porque mientras proponen cambios, no tienen que demostrar que saben gestionar la Cosa Pública y si todo va mal es solo porque no se hacen los cambios que ellos proponen.

Y mientras, nadie cae en la cuenta de que para unir estados federales, primero hay que destruir el Estado-Nación España y dividirlo en esos Estados prefabricados y esperar luego que quieran confederarse y después federarse.

Y mientras, los ciudadanos de a pie, venga a pagar políticos, fronteras, leyes desiguales, disputas impositivas… ¡Y todo para mantener un «stablishment» que ni conoce la historia ni el significado de lo que propone! España tiene 37’5 millones de habitantes. Alemania 80 y EE UU unos 280, y sin embargo, España decuplica el número de cargos públicos de Alemania y duplica ¡Pásmese! El de EE UU.

Yo, por mi parte, tras este análisis, prefiero recordar a Aristóteles y hacerle caso: “No hace falta un gobierno perfecto; sólo se necesita uno que sea práctico”.

Siempre que escribo sobre los nacionalismos y el federalismo, tengo que retrotraerme al catalanismo independentista que está en el origen de toda esta farsa y no puedo dejar de recordar aquellas palabras de Manuel Azaña, cuando dijo aquello de que “Vendría a ser, sin duda, el pueblo catalán un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a sí mismo y que nunca ha de encontrar”.

 © El Verdadero Caso de los Catalanes (Autor: Rubén MARTÍNEZ GÓMEZ)

Comentarios recientes

30.10 | 09:14

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