En cierta ocasión, el historiador y ensayista escocés Thomas Carlyle cenaba con un hombre de negocios que, eminentemente práctico, y tratando de menospreciarle, le espetó: ¡Ideas, señor Carlyle, eso no son nada más que ideas!, a lo que éste le replicó que hubo una vez un hombre que escribió un libro que no contenía más que ideas, pero que la segunda edición fue encuadernada con la piel de los que se rieron de la primera. Carlyle se refería a Rousseau y a su Contrato Social.


En la política y para tristeza mía, los ideales se supeditan a los resultados y a la conveniencia de los políticos… ¡No tiene cabida la Ética que es la urdimbre de la honradez!


Rousseau vivió toda su vida de la caridad de una mujer rica, huyendo de ciudad en ciudad y desterrado y vilipendiado por todos, y yo me pregunto… ¿Tendría que haber renunciado a sus ideas, cambiado de opinión y así haber vivido bien?, ¿o hizo lo correcto, por encima de lo que le convenía?


A la vista de cómo se repiten similares hechos pero de sentido contrario, todo parece conducir a que hacer lo correcto solo puede ser cosa de filósofos y para los políticos queda hacer lo conveniente.


Una vez, el expresidente Adolfo Suarez dijo que la vida siempre te da dos opciones: la cómoda y la difícil, y que cuando dudemos elijamos siempre la difícil, porque así, por lo menos estaremos seguros de que no ha sido la comodidad o la conveniencia la que ha elegido por nosotros.


Puede que sea muy cómodo llamar “cambio de opinión” a mentir, pero, en lo que a mí respecta, se nos debe juzgar por nuestros actos y no por nuestras opiniones, porque contra hechos no caben disputas.